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jueves, 2 de agosto de 2012

Praderas & Estepas, el reino de la hierba

Las praderas constituyen extensa regiones cubiertas básicamente de hierba, sobre todo gramíneas. Se encuentran ubicadas en el interior de los continentes, donde la precipitación anual no es demasiado alta. El gradiente en las precipitaciones determina la mayor o menos calidad del suelo y el hecho que las hierbas de la pradera sea de un porte más alto o menos, llegando a convertirse en estepa o semidesierto cuando la precipitación es muy baja y las hierbas son muy bajas. Las plantas se han adaptado a ese ambiente y hay una producción óptima durante todo el año ya que el desarrollo de unas se complementa con el de las otras a lo largo de las estaciones. En las zonas de mayor humedad o siguiendo los cursos de agua se pueden encontrar formaciones arbustivas o pequeños bosquetes aislados.
El suelo se caracteriza por tener gran abundancia de materia orgánica, ya que las gramíneas tiene un período de vida relativamente corto y su materia muerta se acumula en el suelo y se va descomponiendo de manera lenta por la falta de lluvias abundantes, formando un rico humus.
Aquí abajo podemos ver tres ejemplos típicos de pradera, de izquierda a derecha: la norteamericana, la sudamericana (la pampa) y la estepa asiática, con una representación de sus especies más típicas.

 (témpera; medidas aprox. original, sin marco: 59 x 28 cm.)

En esta ilustración podemos ver un corte muy esquemático de la pradera sudamericana, formado por una región llana y ligeramente ondulada; constituye el territorio herbáceo - estépico más extenso del hemisferio sur, con casi medio millón de kilómetros cuadrados, distribuidos entre Uruguay, Brasil y Argentina.
Representadas tres de las especies animales más comunes que viven en la misma: la liebre mara, la vizcacha y la lechuza de las vizcacheras.



Los suelos de la pradera son de lo más productivo y han sido utilizados desde siempre para el cultivo de cereales. La intensa explotación a que se ven sometidos provoca su degradación y se suma a la acción erosiva del viento y del agua. Las praderas norteamericanas se vieron inmersas en ese proceso y, en 1934, un tornado levantó 300 millones de toneladas de tierra fértil, lo que significó la ruina para miles de granjeros. Para frenar en lo posible la erosión del suelo, se plantaron árboles a modo de barreras naturales para el viento y se adoptó un sistema rotativo de roturación de la tierra.



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